miércoles, 26 de enero de 2022

Contra "la ciencia" y a favor del método científico

 Cada vez que un periodista  dice o escribe "la ciencia dice"  o "los científicos dicen", muere un koala antes de tiempo.  ¿No me creen?.  Se lo dice un científico, y si me aprietan, buscaré a 10 o 12 colegas que me sigan la broma, y se la colaremos a un periodista que repita que  "la ciencia dice".  Y morirá otro koala, claro.   La "ciencia" no dice nada, porque "la ciencia" no existe.  Sería más adecuado decir "unos científicos afirman" y si hubiera tiempo para entrar en detalles,  lo que sería realmente ilustrativo es que se explicaran los experimentos, cálculos, observaciones y estudios que se han llevado a cabo para llegar a esa conclusión.   Es ahí donde radica el poder de la actividad a la que se dedican los científicos: a interrogar a la naturaleza, a espiarla, a hacer simulaciones, a establecer correlaciones y, en ocasiones, relaciones de causa y efecto.  O sea, que lo poderoso es el método científico.  Los científicos somos gente corriente.

Durante la pandemia "la ciencia" ha terminado por  remplazar a "la iglesia", en su faceta de organización  invocada por políticos y periodistas para establecer estados de opinión.  Hemos tenido una comisión de expertos, cuya identidad se mantuvo inicialmente oculta y que  se desveló en las Navidades de 2020 (he tenido que ir a consultar a google), que ha sido mencionada hasta la saciedad como autora intelectual de medidas que han limitado nuestras libertades para velar por nuestra seguridad.  Igual que durante siglos se invocaron textos sagrados, y aún hoy cientos de millones de personas viven gobernados por los preceptos del islam, por ejemplo,  ahora se invoca a los científicos y a los expertos.  Los científicos acertamos más que los obispos o los imanes, pero el mecanismo de control político es el mismo. 

Ya hay gente preguntando en medios serios  si las democracias son compatibles con la lucha contra el cambio climático.  La idea es esencialmente la misma que ha condicionado la política de salud pública. Se consideró necesario limitar las libertades,  por lo visto de forma ilegal según  el Tribunal Constitucional, y esa decisión tan grave se tomó porque lo decían "los expertos".  Observe el lector que no estoy cuestionando que en el caso del COVID19 fuera necesario hacer lo que se hizo. Lo que quiero plantear es que, como sociedad, deberíamos ser conscientes del peligro que supone aceptar acríticamente que nuestras libertades se puedan suspender cada vez que el gobierno y los medios crean un estado de opinión, basado en hechos, reales o no, que haga que la sociedad sienta que es mejor sacrificar libertad a cambio de seguridad. 

La dicotomía seguridad frente a libertad es más vieja que el jaleo. Meterle miedo a la gente para manipular, también.  Lo nuevo aquí es que se esté metiendo en el juego a mi gremio, y eso es lo que quiero denunciar.   La mayoría de los científicos somos expertos en ámbitos de conocimiento  muy reducidos.  Usted no debería dejar  que un dentista le opere el corazón, o que un cardiólogo le hiciera un implante dental.    Las opiniones del  mejor experto del mundo en epidemias sobre el impacto de un confinamiento en la economía  serán tan poco informadas  como las del mejor experto del mundo en economía sobre cómo detener una pandemia.  Fuera de nuestro ámbito de conocimiento,  los científicos somos tan ignorantes como cualquiera.  Esta asimetría puede incluso suponer una desventaja  para tomar decisiones políticas: un científico podría dar demasiada importancia a los asuntos de los que es experto, y demasiada poca a los demás.  Es importante que alguien tenga una visión panorámica, y ese alguien tome decisiones y, lo más importante,  asuma responsabilidades, sin usar el comodín de "los expertos" y "la ciencia".   Gobernar no puede consistir en tomar decisiones tras  consultar con un comité de sabios infalibles sin conflictos de interés, porque, desgraciadamente,  no existen los sabios infalibles sin conflictos de interés.




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