Ha dimitido Manuel Castells como ministro de Universidades, que para mí es uno de los trabajos más difíciles de este país. No habrá tardado media décima de segundo el lector en concebir trabajos menos apetecibles, como cavar zanjas, recoger basura, arar la tierra, y otros clásicos del sudor y el dolor de espalda. Pero en todos esos puestos de trabajo el empleado dispone de pala para cavar, camión para recoger, tractor para arar, y por tanto es más fácil que logre su objetivo. Al ministro de Universidades le dan un maletín de cuero y una palmada en el hombro y le mandan a lidiar con 70 Universidades cuya autonomía está amparada en la constitución, cuya financiación depende de las Comunidades Autónomas (CCAA) y de convocatorias de varios ministerios diferentes, como el de Ciencia y Tecnología. Por tanto, el ministro de Universidades no dispone de las dos herramientas básicas para influir: dinero y competencias.
En principio, el Ministro de Universidades tiene una tercera herramienta: el comodín de promover una nueva ley de universidades. Si las universidades fueran un teléfono móvil, la ley de universidades sería como el sistema operativo. La ley orgánica que regula el funcionamiento de la Universidad se ha reformado varias veces en las últimas décadas, pero las Universidades y CCAA tienen bien aprendida la frase de Conde de Romanones:" haga usted las leyes, y déjeme a mí los reglamentos". Siguiendo con la analogía del móvil, Universidades y CCAA usan reglamentos para hackear el sistema operativo de las leyes orgánicas.
La dificultad del trabajo del Ministro de Universidades es aun mayor por la falta de definición del objetivo del puesto. ¿Qué zanja hay que cavar, qué campo hay que arar, qué basura hay que recoger?. Si le preguntamos a los rectores, el único problema que es falta de presupuesto. Si le preguntamos a los estudiantes, el principal problema es la matrícula y la falta de inserción laboral, problema éste del que la Universidad no se hace responsable. Castells, que por su trayectoria profesional ha estudiado y trabajado en universidades prestigiosas en Francia y Estados Unidos tenía una respuesta muy diferente, y fue dejando pinceladas aquí y allá.
La Universidad tiene varios problemas graves. Por ejemplo, un modelo de plantilla dual, con casi la mitad de profesores asociados con sueldos ridículos (menos de 1000€) y el resto funcionarios intocables y envejecidos, con una edad media de 54 años y con un enorme problema de endogamia (más del 90% se doctoró en el mismo departamento en el que es profesor). Con estas mimbres, ninguna universidad española está en el top 100 de las mejores del mundo, y menos de media docena están entre las 500 mejores. Las inserción laboral de los graduados es mediocre, aunque siga siendo mejor estudiar que no estudiar, y seguimos sin tener un premio Nobel por investigación llevada a cabo en España, desde que lo recibiera Ramón y Cajal. Si todos los implicados estuvieran de acuerdo en que éstos son los problemas, la tarea del Ministro estaría al menos bien definida.
Le toca ahora al Catedrático Subirats recoger el testigo de Castells. Unen así su nombre a los de Duque, Méndez de Vigo, Wert, Gabilondo, Cabrera, San Segundo, del Castillo, Rajoy, Aguirre, Saavedra, Suárez Pertierra, Rubalcaba, Solana y Maravall. Paro el reloj en el 1988, curso en el que entré yo en la Universidad. Son 16 ministros de Universidades/ Educación en 32 años. Salvo el envejecimiento de la plantilla, todos los problemas del párrafo anterior ya estaban ahí, y no me parece que los vaya a poder arreglar ningún ministro. Que tenga usted buena suerte, señor Subirats.
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