lunes, 17 de agosto de 2020

Científicos contra cuñados: ¿van ganando los cuñados?

La historia reciente de la humanidad está condicionada por una guerra sin cuartel entre dos visiones   irreconcilables. Por un lado, está el método científico, que ha hecho posible   la energía eléctrica, las máquinas,  trenes, coches, aviones,  la electrónica, los ordenadores,  internet, la anestesia, las vacunas, los antibióticos,  los anticonceptivos,  los análisis genéticos, la cirugía laser, los audífonos, el marcapasos, los viajes espaciales, el GPS, los teléfonos móviles y todas las maravillas que hacen tan diferente nuestra época de la de nuestros antepasados.   En el bando opuesto se sitúa una coalición heterogénea de charlatanes, iluminados,  timadores y autoproclamados portavoces  de Dios en la tierra.   El bando anti-ciencia tiene también una larga lista de aportaciones a la humanidad, como el horóscopo, la acupuntura,  la homeopatía,  las piedras curativas, la quiromancia, los viajes astrales,  la abstinencia como  anticonceptivo, las rogativas y el terraplanismo.   

Durante casi toda la historia la ciencia prácticamente no existía, y lo que ahora podemos llamar  bando anti-ciencia era el claro ganador de la guerra.  Afortunadamente,  en los últimos siglos esta situación se ha invertido. En occidente, el cristianismo no intenta imponer la visión del universo plasmada en la biblia, y salvo en algunos temas espinosos y alguna excepción estruendosa, suele limitar su ámbito de actuación a lo espiritual y a aspectos éticos.  Así, el papa no suele opinar sobre la edad del universo, el big bang o las mínimas diferencias genéticas entre un humano y un chimpancé. El claro retroceso de la religión dominante ha dejado un espacio vacío que ha sido remplazado  no solo por el racionalismo y la ilustración sino también por una amalgama de creencias que, a diferencia del catolicismo,  están en alza y sí que salen a  combatir a campo abierto contra el bando científico: terraplanistas, anti-vacunas, homeópatas  y un amplio espectro de conspiranoicos anti-tecnología.  Como escuché alguna vez, hemos dejado de creer en Dios para creer en cualquier estupidez. 

Es aquí donde entran en escena los cuñados (léase cuñaos), también  conocidos como   listillos o  enterados (léase enteraos).   Gracias a la invención y adopción masiva de las redes sociales, los cuñaos se han convertido en un poderoso aliado  de la coalición anti-ciencia.  Un cuñao  es la antítesis perfecta de un científico.  El científico es un experto especializado en un campo de investigación específico. Así, un experto  en matemáticas financieras no  tiene  ni idea sobre  el funcionamiento de una central nuclear, o sobre cirugía torácica o la química de los fertilizantes, y una larga lista de campos de conocimiento que tienen una influencia enorme en nuestra calidad de vida.   

El científico debería ser, por definición,  dubitativo. El método científico permite establecer si una  afirmación es falsa, pero, por contra, no permite establecer que algo es cierto para siempre: cualquier teoría compatible con todos los hechos puede requerir un ajuste, o incluso una reforma radical, si un experimento nuevo no puede ser explicado con dicha teoría.   

Por contra, el cuñao es un todo-terreno que sabe de cualquier tema, opina de cualquier cosa, y tiene muy pocas dudas.  Los científicos usamos un lenguaje complicado, en nuestro afán de ser precisos. Los cuñaos hablan claro.  Los científicos necesitamos meses, o incluso años, de trabajo sofisticado, con experimentos, análisis y revisiones, para llegar a alguna conclusión.  Los cuñaos  sacan conclusiones en 10 minutos, después de ven en diagonal un par de vídeos en youtube.  

Los científicos se deben a la verdad, que a menudo es incómoda, compleja y desafía nuestros creencias.  El cuñao  tiene las cosas claras, y no lo va liando todo. El científico debe reajustar sus convicciones a medida que acumula nueva información. El cuñao  elige fragmentos de la realidad para reafirmar  sus convicciones. 

En mi círculo personal he conocido   cuñaos que no usan Mistol porque es cancerígeno,   que usan homeopatía porque   "les funciona",  cuñaos contra los transgénicos, cuñaos terraplanistas, cuñaos que le preguntan a todo el mundo su signo zodiacal, cuñaos convencidos de que podían eliminar una verruga mediante la oración a cambio de la donación de un garbanzo,  cuñaos que sostienen que el cáncer se cura con zumo de naranja, cuñaos preocupados por el efecto cancerígeno de las ondas electromagnéticas del móvil, de las líneas de alta tensión y de las antenas de telefonía móvil, cuñaos anti-transgénicos  y, no podían faltar,  cuñaos anti-vacunas.  

Por supuesto,  casi todos somos un poco cuñaos a tiempo parcial, y nos la pueden meter doblada en algún aspecto puntual. El problema es grave cuando el cuñadismo va acompañado de una visión conspiranoica del mundo y da lugar a una militancia activa, en forma de boicot a las vacunas,  a las mascarillas,  y lo que es peor, de consumo de productos milagro para combatir el cáncer,  la COVID19 o la obesidad, recetados por charlatanes y timadores.  A corto plazo, los cuñaos conspiranoicos son  un problema de salud pública. A medio plazo, si siguen ganando terreno, pueden llegar a influir en el contenido de los programas educativos, como ya ocurre en algunos estados en USA. 

Para un científico, la pandemia del COVID se debe, probablemente,  al salto de un virus presente en murciélagos o pangolines a humanos.  Se trata de un accidente, que no ha planeado nadie, igual que el big-bang dio lugar al universo, o la evolución dio lugar a Miguel Bosé: por una larguísima serie de  eventos fortuitos.     En cambio,  los cuñaos conspiranoicos   tienen   totalmente claro   que la pandemia del COVID la han planeado  los chinos para hundir la economía occidental o Bill Gates, Soros y los masones para imponer un plan de vacunación que no es más que una trampa para implantarnos chips de control mental usando la tecnología 5G, o incluso Bill Gates y los chinos para lograr ambos objetivos a la vez.

Es éste el punto donde radica la gran diferencia entre científicos y conspiranoicos. Para los primeros, la combinación de  azar y complejidad  son los ingenieros involuntarios  del universo. Para los segundos, todo es obra de un ser creador con un plan.  El gran maestro puede ser dios, si se trata del universo, o Bill Gates y George Soros  si se trata de una pandemia.  

Pero, volviendo al título de esta entrada: ¿Quién va ganando la guerra?.    Voy a ser un poco cuñao, y hablaré a bulto: tengo la impresión de que los malos están recuperando terreno, algo  que hace una década tenían complemente imposible.  Los cuñaos conspiranoicos cuentan con varios factores a su favor. Primero,  su relato es a menudo más sencillo.  Segundo: su relato se adapta a las creencias y sentimientos de la audiencia y le  proporciona un enemigo  (China, Bill Gates, las grandes corporaciones).  Tercero: su relato viaja a toda velocidad por las redes sociales, y se adapta perfectamente  a ese formato.  Cuarto:  la mayoría de la gente no entiende  la tecnología, con lo que  barrera entre lo posible y lo imposible está completamente difuminada para ellos, lo que abona el terreno para todo tipo de majaderías, como que el 5G va a controlar la mente de la gente a través de chips implantados en el proceso de vacunación contra el COVID19. 

La visión conspiranoica del mundo se ve reforzada por el hecho de que, en ocasiones,  gobiernos, científicos  y grandes corporaciones   mienten, conspiran y  se equivocan.   Varios gobiernos mintieron al respecto de la calidad de la información que tenían sobre las armas de destrucción masiva en Iraq en 2003. Nuestro gobierno nos mintió con respecto a la utilidad de las mascarillas en 2020, que eran potencialmente peligrosas en Marzo y son obligatorias desde Julio.  Volkswagen mintió en el fraude de las emisiones.  Los científicos mienten a veces y se equivocan  muy frecuentemente.  Los científicos han "conspirado" para producir armas de destrucción masiva, como las bombas atómicas.  En ciertos ámbitos, como la industria alimenticia o la farmacéutica, los intereses económicos condicionan el trabajo de los científicos. 

La manifestación de ayer en Madrid  refuerza mis temores sobre la emergencia del  cuñadismo conspiranoico.   Las teorías de la conspiración  son como vertidos tóxicos en el ecosistema de las ideas.  A diferencia de los vertidos en el mundo físico, no se pueden  prohibir  sin limitar la libertad de expresión.  Por tanto, se hace necesario limpiar dichos vertidos.  Lo que no tengo claro es cómo. ¿Callamos amablemente cuando alguien suelta una magufada o nos convertimos en el repelente niño Vicente que va dando lecciones a los cuñaos? ¿Deben implicarse en esta lucha contra las teorías conspiranóicas las socidades científicas?  ¿Cómo hacemos frente a las acusaciones de estar en el ajo de las conspiraciones?  En cualquier caso, la moraleja de esta entrada es que haríamos bien en estudiar este fenómeno y en no tomárnoslo a cachondeo.



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